A principios del siglo XVII se fundó el Antiguo Colegio de San Ildefonso en un edificio que había sido concebido como hospital para indígenas. Cuando el inmueble fue desocupado, a finales del siglo XVIII, se convirtió en el Hospicio para Pobres.
Este edificio robusto de muros de piedra negra que contaba con una ubicación estratégica, sobre la hoy avenida Reforma, también sirvió para defender la Puebla de los Ángeles durante los conflictos bélicos que la asolaron en el siglo XIX.
La edificación, situada a pocas calles del centro de la ciudad, tiene una historia de 400 años que contar. Recuperó la vocación por la que fue construido hace cuatro siglos y hoy funge como oficinas gubernamentales y una universidad, para el área de la salud.
Un colegio jesuita
Cuando los jesuitas se asentaron en Puebla fundaron el Colegio de San Jerónimo, en 1585, bajo la encomienda de educar a los pobladores de la nueva colonia conquistada por el reino de Castilla y León, España. A este le siguió el Colegio del Espíritu Santo en 1587 y, más tarde, el de San Ildefonso.
El antiguo Colegio de San Ildefonso fue fundado en 1625 por la Compañía de Jesús bajo la encomienda del obispo Alfonso de la Mota y Escobar, quien en 1622 había iniciado la construcción de un edificio que sería hospital para indígenas, pero cambió de parecer y decidió destinarlo para la educación.
La propiedad está situada en avenida Reforma, entre 9 y 7 Norte. Además del inmueble, Mota y Escobar les cedió a los jesuitas una iglesia dedicada a San Ildefonso que estaba junto al edificio. Para su manutención el mismo obispo les otorgó la hacienda La Alfonsina de Atlixco.
El Colegio de San Ildefonso se convirtió en una prestigiosa institución de estudios avanzados que facilitaba el acceso de sus estudiantes a la Universidad de México. Así funcionó hasta 1767, cuando los jesuitas fueron expulsados por el rey Carlos III de todos los territorios conquistados por España y todas sus propiedades quedaron en manos de la iglesia.
La institución de caridad
Para controlar la ociosidad y la vagancia de las personas que durante el virreinato frenaban la vida productiva de la sociedad y eran fuente de transmisión de enfermedades, la monarquía exigió a las autoridades novohispanas y eclesiásticas establecer instituciones caritativas en donde se les ayudaría y enseñaría un oficio.
Así surgieron los hospicios, con el propósito de controlar, formar, educar y corregir a la población. Se instalaron en edificios ya construidos como casonas y cuarteles, así como colegios y residencias confiscados a los jesuitas.
“Tras la expulsión de los jesuitas, el obispo Víctor López Gonzalo transformó el Colegio de San Ildefonso para que fuera utilizado como hospicio para pobres. La institución se sostendría de la caridad de la gente. Se establecieron categorías porque no era solo para niños. El edificio quedó concebido como hospicio en 1784”, expone el investigador David Ramírez Huitrón, fundador de la página de Facebook Puebla Antigua.
Refiere que en el hospicio les daban comida, ropa y cama. Tenía sección para hombres, para mujeres, para niños varones y otra para ancianos. Se recibía a toda persona adulta (mayor de 15 años entonces) que lo necesitara, pero solamente en la noche porque durante el día tenían que buscar trabajo o irse de aprendices a un taller. A las mujeres se les permitía tener a sus niños hasta que tuvieran tres años.
Las secciones menos socorridas eran la de hombres y la de mujeres porque el hospicio tenía sus restricciones, por ejemplo, los matrimonios tenían que estar separados, el esposo en la sección de hombres y la esposa en la de mujeres. Muchos preferían pedir limosna en la calle que atenerse a la disciplina del hospicio.
La mayoría de la población del Hospicio de Pobres eran ancianos y niños varones de 3 a 15 años. No se recibían niñas porque para eso existía el Colegio de Niñas Vírgenes. Era conocido así porque se le daba atención a infantas y mujeres solteras, a quienes se les impartía enseñanza propia de la época como bordado, costura y cocina. Estaba ubicado en 2 Sur, entre 7 y 9 Oriente (hoy Museo Amparo).
La formación impartida
El hospicio siguió funcionando así hasta la Independencia, cuando la mitad norte del edificio fue utilizado como cuartel. En 1825 el Congreso del estado decreto ahí mismo el establecimiento de la Casa de Hospicio, Industria y Corrección, que fue inaugurado en 1832.
“El hospicio siempre tuvo dificultades económicas y para 1836 se obtuvo un préstamo del Banco del Avío en México para establecer una fábrica de papel en las afueras de la ciudad, junto al río Atoyac. Se llamaba La Beneficencia y es el antecedente de la fábrica que llaman El Papel que está en Pueblo Nuevo”, señala.
En el hospicio los niños aprendían diferentes oficios, entre ellos el de prensista, asegura el entrevistado, y agrega que, se les enseñó la fabricación de papel para que trabajaran en la fábrica. También era correccional para menores. Otro cambio importante fue que a partir de 1830 se comenzaron a recibir niñas.
Para 1830 la propiedad del hospicio ya abarcaba toda la manzana, es decir, avenida Reforma y calle 2 Poniente, entre 9 y 7 Norte. Lo único que no pertenecía al hospicio era la esquina donde está la iglesia de San Marcos.
“Del lado de la Calle de la Estampa, que vendría siendo la 7 Norte, tenía tres casas. A la vuelta era la Calle del Rastro y tenían 8 accesorias. La esquina de la 9 Norte era la correccional. Todo se rentaba para su manutención. Se fue construyendo a partir de que el gobierno lo tomó para que se volviera auto sostenible”, detalla.
De acuerdo con Hugo Leicht, en 1852 el hospicio albergaba aproximadamente a 50 ancianos y cerca de 130 niños y niñas huérfanos.
Bastión de guerra
El edificio del Antiguo Colegio de San Ildefonso era una construcción sólida con grandes muros de piedra que estaba situado a solo unas cuadras del centro de la ciudad. Se convirtió en cuartel de guerra durante los conflictos bélicos que asolaron a Puebla durante el siglo XIX.
“Durante la Batalla del 5 de Mayo los niños y los viejitos fueron evacuados para utilizarlo. Después se reorganizó la defensa de la ciudad, se excavaron trincheras alrededor del hospicio para impedir el paso hacia el centro de la ciudad y junto con el edificio del Colegio de San Ignacio que estaba enfrente. En ambos edificios se establecieron varios batallones, sobre todo de soldados que pertenecían al Ejército del Centro. El edificio del hospicio fue bastión durante el sitio de 1863”, explica el investigador.
Al mediodía del 30 de marzo de 1863 los franceses atacaron la penitenciaria de San Javier, quedó totalmente destruida. Al día siguiente, la guarnición de Puebla comenzó a moverse hacia el centro para defender la ciudad. Los soldados se batieron casa por casa y calle por calle.
“Cuando llegaron a San Ildefonso ahí estaba Porfirio Díaz para defender a la ciudad. Combatieron el 2, el 3, el 4 y el 5 de abril. Volaron una parte del edificio a cañonazos. Se metieron a lo que había sido el presidio en San Ignacio y ahí se agarraron a balazos y combatieron cuerpo a cuerpo. Fue hasta que dejaron totalmente destruido el Antiguo Colegio de San Ildefonso que se replegaron a la Calle de la Estampa (7 Poniente)”, advierte.
La gesta heroica del 5 de mayo de 1862 llenó de gloria y honor al pueblo mexicano, pero supuso una vergüenza para la tropa más poderosa de esa época: la francesa, que al año siguiente (1863) regresó con un ejército fortalecido para tomar la ciudad durante 60 días, en un ataque que dejó miles de muertos y la ciudad destrozada.
Las lágrimas de la emperatriz
En junio de 1864, el emperador Maximiliano de Habsburgo y su esposa, la princesa Carlota de Bélgica, fueron recibidos en Puebla cuando iban hacia la capital del país para tomar posesión del Imperio Mexicano.
“La ciudad estaba en proceso de reconstrucción pero la parte que ellos recorrerían se decoró. Pintaron, arreglaron fachadas, colocaron vidrios y cortinas, lo dejaron lo más presentable posible. Tuvieron un gran recibimiento hubo desfile y un baile en la Alhóndiga (hoy hotel homónimo en el Pasaje del Ayuntamiento)”, narra.
Al día siguiente Carlota solicitó a la comitiva del gobierno que los llevaran al lugar donde habían sido los enfrentamientos del Sitio de Puebla porque ellos habían leído crónicas al respecto y querían ver donde había peleado su ejército con más de 30 mil soldados. La autoridad local se negó, pero al final accedió. Maximiliano fue llevado a San Javier y Carlota al edificio de San Ildefonso.
“Para ella fue una impresión muy grande ver destruida esa parte de la ciudad y el edificio en ruinas, comentan que se le salían las lágrimas. Preguntó cuál era su función, le dijeron que era el hospicio donde atendían a cientos de niños, niñas y ancianos. Dicen que en ese momento se quitó las alhajas que traía, aretes, peineta, todas sus joyas, se las entregó al encargado de gobierno y le dio la orden de que se reconstruyera el hospicio de inmediato”, relata Ramírez Huitrón.
Maximiliano también quedó impresionado al ver la penitenciaría destruida porque era un edificio enorme que apenas se sostenía. Dio instrucciones para que se reconstruyera y lo mismo el camino a la Ciudad de México (Reforma).
Sus últimos usos
Ya reconstruido el edificio, en 1877, se volvió a destinar como hospicio. Para su manutención se estableció el Instituto para la Beneficencia Pública (Monte de Piedad), en la esquina de avenida Reforma y 7 Norte.
“El hospicio obtenía recursos de todo lo que se recaudaba con los refrendos y rifas de las prendas que perdían las personas. También se hacían remates por lotes dependiendo el valor de las piezas. Para 1879, en una pequeña parte del mismo, se la escuela normal del estado. Así funcionó unos años, hasta que vino la Revolución y lo volvieron a desalojar para usarlo como cuartel”, concluye el investigador.
A principios del siglo XXI, el edificio del Antiguo Colegio de San Ildefonso recuperó la vocación para la que fue construido. Hoy alberga oficinas de la Secretaría de Salud y es sede de la Universidad de la Salud en Puebla.