Con la muerte de Miguel Barbosa Huerta terminó una era y con la toma de protesta de Sergio Salomón Céspedes Peregrina comenzó otra.
No se trata solo de una era institucional que ha quedado asentada en los documentos oficiales e históricos del estado, sino de un ciclo político, de poder, que obliga al mandatario en funciones a tomar el control para conducir el gobierno en una nueva ruta, la suya.
Por momentos, sin embargo, en los últimos tres meses y diez días pareció haber dudas entre algunos personajes de la clase política.
La inercia natural del ejercicio de gobierno llevó a unos cuantos actores del pasado inmediato a pensar que Céspedes Peregrina sería una suerte de extensión de Barbosa y que, por ello mismo, mantendría intocables los escenarios de poder que le fueron heredados.
Eso no fue así.
No tenía por qué serlo.
Al morir Barbosa se terminó el barbosismo como régimen de poder político en Puebla.
Casi 24 horas después dio inicio uno nuevo, emanado del mismo grupo, sí, con muchos barbosistas dentro, también, pero con otra identidad y otro nombre, el de Salomón Céspedes.
“Gobierno presente”, la frase que ha elegido el gobernador para acompañar la imagen institucional de su administración, es más que un eslogan.
“Presente” en temporalidad y “presente” en existencia.
Ambas lecturas o interpretaciones marcan una separación con el pasado.
La comida del viernes convocada por el mandatario para hacer una reflexión pública acerca de los primeros 100 días de su gestión tuvo como primer propósito mostrar la luz a los dubitativos.
Antes de tomar la palabra frente a los más de 500 invitados, entre quienes estuvieron presidentes municipales, diputados, integrantes de gabinete, funcionarios federales, empresarios, líderes sindicales y representantes de los medios de comunicación, antes que agradecer el apoyo recibido hasta ese día y de llamar a la unidad en torno al futuro del estado, el gobernador pidió que hablaran Javier Aquino Limón y Julio Huerta Gómez.
Los discursos de estos dos personajes fueron significativos.
Aquino, formalmente Jefe de la Oficina del Gobernador, en los hechos su amigo y colaborador de mayor confianza, fue el encargado de dar la bienvenida y de expresar el mensaje que había que dar.
Fue él quien dijo, con micrófono en mano, desde la mesa principal del salón social El Recuerdo, ubicado en el bulevar San Felipe de la ciudad de Puebla, que en aquellos días trágicos de diciembre había terminado un ciclo y había empezado otro.
Exaltó la labor de Barbosa y le reconoció méritos por el trabajo realizado al frente de la administración estatal, pero también expuso que esa etapa había concluido y subrayó la existencia de un nuevo gobierno y de un nuevo gobernador, para quien pidió la unidad de los presentes.
Con esas palabras de bienvenida quedó claro el primer objetivo de la comida de los 100 días: marcar la ruptura (aunque respetuosa) con el pasado (y con Barbosa).
Empero, para hacerlo más contundente había que sumar otro personaje a la causa.
Y quién mejor que Julio Huerta, primo del extinto exgobernador.
Inmediatamente después de Javier Aquino tocó el turno de dirigir unas palabras al secretario de Gobernación.
Huerta triplicó al micrófono el tiempo que había usado Aquino, apenas cinco minutos, pero la parte relevante de su mensaje llegó al final.
Tras realizar una larga exposición discursiva en torno a lo que había representado para el estado la llegada del primer gobierno emanado de Morena y la 4T, el de su primo Miguel Barbosa, el secretario dirigió una cascada de elogios a su nuevo jefe.
Igual que su antecesor en el mensaje de bienvenida, Huerta estableció la existencia de un antes y un después en Puebla a partir de los acontecimientos ocurridos en diciembre, pero, además, fue especialmente enfático al manifestar, en más de una ocasión, que el nuevo y único líder político del estado se llamaba (se llama) Sergio Salomón.
Era importante que lo dijera el rostro más visible del extinto barbosismo.
Incluso, queriendo convencerlo de su lealtad, Julio Huerta le pidió al mandatario ignorar las insidias que buscan dividirlos, como quien sabe de las versiones que aseguran que el secretario de Gobernación tiene una agenda propia y que lidera un grupo político que se asume, en presunta autoridad moral, por encima del gobernador.
Con esas palabras, el responsable de la política interna y aspirante a jefe del Poder Ejecutivo reforzó con creces el mensaje de Aquino.
La misión, entonces, había sido cumplida, de cara a los miembros más representativos de la clase política estatal.
Después de ellos dos vino el turno de Céspedes.
Con el primer punto aclarado, el del fin de un ciclo y el comienzo de otro, el gobernador quedó con la plaza libre para hablar del pasado, muy poco, sí, lo necesario, pero más, mucho más, del presente y el futuro.
Twitter: @jorgerdzc