¿Quién les dijo a los morenistas hoy convertidos en aspirantes al gobierno del estado de Puebla que el candidato, ya fuese hombre o mujer, iba a ser el mejor ubicado en las encuestas de intención de voto?
Hasta donde se sabe, y hay evidencia de sobra para sustentar esta aseveración, Morena utiliza la evaluación del voto ponderado para inclinar las decisiones de este tipo a favor de los perfiles que más le convienen a sus intereses, independientemente de que sean o no los punteros en los estudios de opinión.
Por eso todo análisis que trata de dilucidar el desenlace del proceso interno en Morena debe incluir una parte dedicada a la relación emocional, buena o mala, existente o no, de cada uno de los aspirantes con el dueño del partido, el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Los intereses de Morena son los intereses del mandatario mexicano.
Aquí es donde la ecuación para definir candidatos a puestos de elección popular en ese partido político, en lo que respecta a las posiciones más importantes del país, como las gubernaturas, se complica.
Es cierto que Mario Delgado dijo una y otra vez que Morena elegirá a los mejores perfiles para competir por las ocho gubernaturas y la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, pero también expresó en reiteradas ocasiones que los candidatos o las candidatas no serán necesariamente quienes ganen las mediciones en las encuestas.
Ayer lo volvió a manifestar después de que el Consejo General del INE determinó que los partidos deben postular cinco mujeres y cuatro hombres para el proceso electoral que se avecina.
La ponderación de los atributos, muy socorrida en el partido presidencial, da pie a las valoraciones subjetivas, justo las que emplea López Obrador para designar a quien él quiere.
Por supuesto que contar con una buena posición dentro las preferencias electorales debe ayudar, no solo para ser visto como un eventual candidato competitivo, que acuda a las urnas con alta probabilidad de ganar, sino de hacerlo con la mayor contundencia posible, para sumarle votos al resto de los contendientes, los que irán por la misma coalición.
La opinión de Claudia Sheinbaum también va a pesar.
La existencia de una coordinadora nacional de la defensa de los comités de la cuarta transformación, como le llaman en ese partido a su precandidata presidencial para evadir la ley, obliga a López Obrador a tomar en cuenta un nuevo factor.
Pero no será determinante.
Lo que importa en Morena son las reflexiones del dueño del partido, que no deben ser ajenas a su estado emocional.
De ahí que tenga que hacerse un complejo análisis con la combinación de varios factores para tratar de adelantarse al destape de los candidatos, que se realizará el próximo lunes.
Entonces, hay que cruzar competitividad con afectos y ahora también con las filias y las fobias (que debe tenerlas) de Sheinbaum.
La cosa se pone más densa si se añade el tema de la paridad.
Revisado todo este contexto hay que preguntar:
¿Puede alguien, hoy, adivinar la identidad del tapado en Puebla?
Quien diga “sí” le mentirá.
Habrá quienes le atinen, por mero ejercicio de azar, pero no quienes cuenten con una bola de cristal para predecir aquello que definirá (o ya ha definido) el presidente.
Nadie en ese partido deberá llamarse sorprendido.
Las reglas no escritas para la definición de candidaturas, las que operan en la realidad, siempre han sido claras para todos.
Andrés Manuel hizo su movimiento, luego su partido y él es quien manda.
Y así quisieron jugar sus discípulos y adoradores.
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