“La educación es la única solución”, es una afirmación de Malala Yousafzai, Premio Nobel de la Paz en 2014, quien se ha convertido en un símbolo internacional de la lucha a favor de la educación, después de defender esta causa y ser víctima de un ataque por los talibanes en su natal Pakistán en 2012.
Una frase que no solo es aplicable a aquel país asiático, sino a una realidad en la que estamos inmersos como sociedad y a la que México no es ajeno.
Porque, precisamente, este factor fue el que hizo la diferencia en la cosmovisión de mis antepasados, los hermanos Serdán, quienes fueron privilegiados al tener la oportunidad de acceder a una educación formal e informal, en una época en la que el 74% de la población era analfabeta.
Se prepararon con conocimientos para tener mejores oportunidades de desarrollo y con ello una mejor calidad de vida, pero también les fueron transmitidos valores que les permitieron no cerrar los ojos ante una realidad injusta y opresora para la mayoría de los mexicanos.
Fue esta preparación la que les permitió reaccionar activamente ante el llamado a derrocar al gobierno del dictador Porfirio Díaz para edificar un país democrático y a iniciar una reforma en el campo. Estos ideales de igualdad y justicia quedaron plasmados en el Plan de San Luis, el cual precisamente se considera como el detonante de la Revolución Mexicana y fue elaborado por Francisco I. Madero un día como hoy, 5 de octubre, pero de 1910.
Desafortunadamente, a pesar de que ya pasó más de un siglo de la Revolución, en México la educación de calidad sigue siendo un privilegio de unos cuantos. El país ocupó la penúltima posición en nivel de lectura de todos los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), de acuerdo con el Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA) realizado en 2018.
Pero más allá de la educación formal, se requiere apostar por el fortalecimiento de los valores fundamentales de las personas, en cuya formación tiene un papel preponderante la propia familia, a la cual, incluso, se le ha llamado la célula básica de la sociedad.
Hoy en día, esta estructura trasciende los modelos más tradicionalistas, pero no por ello pierde sus cimientos. Todos nacemos en una familia, sin importar si es una, dos o más personas quienes la conforman, o si se comparte o no el mismo código genético.
Heredamos de ella no sólo el apellido, sino principios axiológicos como referencia de lo que es y debe ser el mundo. Al final es el ser humano quien, desde su propia individualidad, sopesará estos valores y emprenderá un camino personal.
Para la gran mayoría, la escala de valores transmitida por la familia es la referencia que les guía en la propia vida. Fue así como mi bisabuelo, Aquiles Serdán y sus hermanos, se identificaron con los ideales antirreeleccionistas de Madero y se comprometieron, juntos como familia, con ellos.
Estos valores fueron los que los llevaron a no ser indiferentes al poder opresivo que alejaba las oportunidades de los más necesitados. No cerraron los ojos ante la desigualdad y la pobreza. No fueron omisos con una Nación que pedía a gritos saciar su sed de libertad y justicia. Hicieron lo que les correspondía, aunque ello significara, incluso, perder la vida.
Ciertamente estos actos revolucionarios son producto de personas valerosas como ellos, como Malala, pero también nacen de todos aquellos que se atreven a pensar diferente y a ver en la educación formal y familiar la solución a aquellos problemas que nos aquejan y que no nos dejan ser la sociedad que queremos.
Necesitamos cambiar el paradigma y seguir avanzando en un camino que apueste a una educación de calidad y al alcance de todos y, desde luego, que nos haga ver que somos nosotros mismos esos agentes que transformarán la realidad que vivimos.
Hoy, los tiempos que transcurren nos obligan a evocar el pasado y a revisar nuestra historia con miras al futuro que nos espera. Madero dijo hace más de 100 años: “Con estos acontecimientos comprendo que los que deseábamos un cambio, nada debíamos esperar de arriba”, justo así, hoy, se vislumbra una nueva revolución de consciencias en la patria.
Esa revolución en la que nos toca ser agentes de cambio para construir la nación que anhelamos y en la que nuestra mejor arma será la educación y el valor de sabernos HECHOS EN MÉXICO.