El 23 de agosto de 1914, las tropas constitucionalistas conocidas como “carrancistas”, ocuparon la ciudad de Puebla mediante un desfile de sombreros de ala ancha, paliacates, polainas, cananas cruzadas, y ante el asombro de los habitantes cuya curiosidad había vencido al miedo y se apostaron sobre la calle de Mercaderes (2 Norte) para flanquear a los revolucionarios.
Durante su estancia de casi cuatro meses, los carrancistas tuvieron alarmada a la ciudad por sus actos ignorantes y arbitrarios como fue el despojar a los más favorecidos de sus residencias para hacer uso de ellas a su antojo, encarcelarlos y obligarlos a realizar actos humillantes, también saquear templos y en su huida, quemar la estación del ferrocarril para que nos los persiguiera el enemigo, los zapatistas.
Arribo de los revolucionarios
A pesar de que el movimiento revolucionario inició en Puebla, en 1910, cuando sobre la casa de los hermanos Serdán fueron descargadas de mil a 3 mil armas de alto poder en una sangrienta batalla, la vida en la ciudad no se trastocó como se cree. Después de ese día todo continuó normal porque el conflicto armado se comenzó a librar en otras ciudades del país.
“La mayor parte de los que integraba las tropas carrancistas era gente de pueblo, no cobraban un sueldo, vivían de los que saqueaban y conseguían en las poblaciones que iban tomando. Se unían a ´la bola´ por ideales y por necesidad”, expone el investigador David Ramírez Huitrón, fundador de Puebla Antigua.
Refiere que “la bola” era toda la gente que venía con los revolucionarios: Los soldados con sus esposas e hijos, incluso sus animales y pertenencias. Esa “bola” de gente que llego a Puebla, la mayor parte era de pueblos apartados de la Sierra y no conocía más que sus poblados y Puebla era capital, una ciudad increíble.
Esto dio pie a la narrativa que decía que una pelea, zafarrancho o saqueo, era una cosa anárquica y salvaje y no sabían el por qué comenzaba. Cuando alguien preguntaba: “¿Oye qué paso, por qué hicimos esto?”, el otro decía: “¡Sepa la bola!”, de ahí surgió la expresión.
“El domingo 23 de agosto de 1914, las tropas carrancistas llegaron a Puebla al mando del general Pablo González. Entraron por la única entrada de la ciudad que era la del Oriente e ingresaron por la Calle de Mercaderes (2 Norte) hasta la calle de Jarcerías (Juan de Palafox), y de ahí se fueron distribuyendo”, detalla.
“Tomaron la ciudad de forma violenta, no en el sentido de meterse a balazos, comenzaron a desplazar a la autoridades y se apropiaron de las residencias de los ricos porque por su condición económica los consideraban enemigos de la Revolución”, advierte.
La ocupación carrancista
De forma arbitraria Pablo González le quitó su casa a Marcelino G. Presno ubicada en el número 12 de la antigua calle de Jarcerías (Juan de Palafox) y dio la orden de apresar a todos los ricos de la ciudad y llevarlos a la penitenciaria solo por ser ricos.
Asimismo ordenó la distribución de sus tropas en el Palacio Arzobispal y en el de Justicia, en el hospicio y en los colegios: Jesuita “Corazón de Jesús”, San Pedro, San Pablo, San Juan Bautista de La Salle y el Teresiano.
“Gonzáles siguió el plan de ocupación carrancista y solo estuvo tres días en la ciudad pero dejó a cargo de la plaza a Francisco Coss, a quien ya le había designado la residencia de la viuda de La Hidalga, situada en el número 100 de la antigua calle de la Santísima, hoy Avenida Reforma, junto a la iglesia homónima”, señala.
Otras casas designadas para sus hombres predilectos fueron la de Pedro Caso (2 norte y 4 oriente), la de Joaquín G. Pacheco, la de Ángel Díaz Rubín, la de Rafael Martínez Carrillo, la de Ismael Álvarez y la de León Rats.
“Pancho Patadas”
El investigador dice que el general Francisco Coss en Puebla era conocido como Pancho Patadas por la sencilla razón de que a la patada de un caballo se le llama “coz”.
“Era persona arbitraria, ignorante y obtusa en sus acciones. Se quedó en la ciudad como amo y señor junto con sus incondicionales, entre ellos Silvino García, quien se distinguía por su ignorancia y perversidad, dicen que todo el tiempo andaba mariguano y borracho, era muy violento”, subraya.
Durante la ocupación de los edificios y casas los revolucionarios saquearon, rompieron objetos valiosos, destruyeron bibliotecas, salones de tabaco, etcétera, pero las miradas se centraron en la Casa de la Hidalga donde pernoctaba Coss.
Ramírez Huitrón dice que el profesor Enrique Cordero y Torres narra que el general usó la vajilla de porcelana y las copas de Bacarat para comer frijoles y beber aguardiente, se limpiaban la boca con las cortinas de Damasco de seda y los costosísimos tapetes que había dentro de las casas los usaban para los caballos.
“Sus hombres recorrieron la casa de la azotea al sótano para ver que encontraban, registraron hasta el último rincón. Se toparon con una bodega semi-subterránea que estaba adecuada para la conservación de licores, vinos y jamones. Entonces le fueron a avisar a Coss, cuando el general llegó a la cava vio un montón de botellas de vino francés, inglés, catalán, que no pudo ni leer por el idioma. Las fue abriendo y probando, una tras otra y no le gustaban, decía: ´esta bebida no es de hombres y las partían en pedazos al estrellarlas en el suelo´”, detalla.
Asegura también que sus hombres empezaron a descolgar los jamones que se estaban curando en el techo y los salvajes empezaron a morderlo y a escupirlo porque era incomible, aún tenía la capa exterior de grasa que hay que quitar para saborear. El colmo fue cuando encontraron unas barricas de vino francés y español, pensaron: “acá esta lo mero bueno”, y lo empezaron a beber pero lo escupían.
No se explicaban por qué, según ellos, no estaba bueno. Silvino García quien estaba acostumbrado a ingerir bebidas alcohólicas corrientes le dijo a su general: “Esto es una porquería”, y como si se tratara del comentario de un gran catador, Francisco Coss ordenó que botellas y barricas fueran vaciadas en la alcantarilla.
“Las patas de jamón fueron aventadas a la calle para los perros y las ratas. La conclusión de Coss fue que, seguramente, los ricos tenían tanto alimento que prefirieron enterrarlo para que se echara a perder antes de dárselo a los pobres. Silvino aseguró que los mismos ricos habían envenenado el alcohol para que cuando lo probaron ellos se murieran”, narra.
Humillaciones y desmanes
Los carrancistas estuvieron en Puebla hasta el 14 de diciembre del mismo año. Durante esos meses hicieron desmanes por toda la ciudad, además de profanar los templos de Analco, San Baltazar y la Capilla de las Reparadoras.
Una anécdota de aquellos días sucedió en la iglesia de San Baltazar cuando un carrancistas se metió al templo con su caballo porque querían amarrar la escultura del santo y arrancarla del altar pero al momento de lazarla el animal reparó, entonces el soldado se cayó y se descalabró, ahí se murió y se consideró un prodigio.
“Cuando los constitucionalistas llegaron a la ciudad entraron a la penitenciaria de San Javier para liberar a todos los reos y meter a los ricos a la cárcel, entre ellos a Mucio Martínez, quien había peleado junto a Porfirio Díaz en la Guerra de Reforma y había sido gobernador de Puebla durante 18 años. Él ya estaba retirado porque ya era un hombre mayor pero aun así lo pusieron a limpiar drenajes y barrer las calles igual que los demás. Es la primera vez que un gobernador del estado barre la ciudad, eso fue muy connotado”, resalta.
Los carrancistas salieron huyendo de Puebla cuando se enteraron que el ejército zapatista estaba por llegar. El general Coss ordenó a sus hombres incendiar la Estación del Ferrocarril Interocénico para que no los siguieran y así quedó destruida una obra de arte arquitectónica.
La otra “bola”, los zapatistas
El 14 de diciembre de 1914 los zapatistas llegaron a Puebla. Venían desvalijando y robándose todo desde Cuautla, Izúcar de Matamoros y Atlixco. Entraron sobre la 2 sur en dirección al zócalo. Una multitud curiosa observó su llegada, al frente venían los líderes a caballo y el resto de la tropa a pie, muchos de ellos con cara de asombro porque la Angelópolis era capital y la ciudad más importante de la zona.
“Cuando los zapatista entraron a la ciudad ya es otra historia porque es ´otra bola´, pero igual se armó un tumulto. Ellos entran nuevamente a la cárcel para liberar a los presos pero no sabían que ya habían sido liberados. En ese momento se escaparon los ricos. A Mucio Martínez lo rescató su hijo y se fue de Puebla, nunca regresó”, dice.
Dicen que las soldaderas usaban como combustible para sus fogatas y hacer sus tortillas, los libros de la biblioteca de la Universidad Católica de Puebla que había establecido el primer arzobispo, Rosendo Ibarra. Se encontraba en donde está la iglesia de Belén (4 poniente y 5 norte), pero desapareció.
“Cuentan que volaban los libros por las ventanas, buscaban dinero y objetos de valor, saquearon la biblioteca y la destruyeron. De milagro no se metieron a la Biblioteca Palafoxiana. También fueron al Carmen a saquear las tumbas, quemaron la Plaza de Toros del Paseo Bravo y lo peor de todo fue que trajeron ´el tifo´ que se contagia por los piojos, provocaron una epidemia”, concluye el investigador.