En zonas de pobreza, Año Nuevo no es una gran celebración – El Sol de Puebla

En la capital poblana contrasta la manera en la que sus habitantes viven el último día del año, ya que mientras algunos abarrotan los centros comerciales y mercados para hacerse de los ingredientes para preparar una cena especial y, en algunos casos, hasta realizar algún ritual para atraer beneficios o dones, quienes viven en las zonas con mayores índices de pobreza carecen de la solvencia económica para festejar en grande.

En San Miguel Canoa y San Andrés Azumiatla, las juntas auxiliares que concentran mayores niveles de pobreza, según la Secretaría de Bienestar municipal, sus habitantes se preparan para festejar la llegada de un nuevo año con los recursos que tienen disponibles. Varios no saben exactamente qué van a cenar, pero tienen presente que acudirán a la iglesia a dar gracias por el 2023 y a encomendarse a Dios para que 2024 sea mejor.

“Vamos a pasarla con lo que Dios socorra, porque para comida grande no nos alcanza”, comparte María Dolores Marcial Márquez, quien vive en la zona alta de San Miguel Canoa junto con su esposo, sus padres y sus dos hijos. En su familia se dedican a la agricultura y a la crianza de ganado, por lo que la cena de Año Nuevo se elabora, en gran medida, con lo que tengan disponible gracias a ambas actividades.

“Nosotros siempre tratamos de criar nuestros pollitos para estas fechas y las de Todos Santos, nos sobraron cuatro todavía y esos son los que vamos a matar para cenar, porque para hacer otra cosa ya sale caro, por ejemplo la carne de puerco ya está en 100 o 120 pesos el kilo, si comprara dos kilos ya son casi 250 pesos, más lo demás y luego ahorita que el jitomate está caro, pues no alcanza”, relata.

Agrega que, quizá, de último momento consiga preparar tamales con el maíz que sobró de la cosecha, tal como lo hizo el pasado 24 de diciembre, para la cena de Nochebuena, cuando preparó atole para acompañar la merienda y hacer más soportable el frío.

María cuenta que en su familia nunca han creído en algún ritual para recibir el Año Nuevo, así que sólo acostumbran ir a la iglesia a escuchar misa, aunque su asistencia depende de las condiciones del clima.

“Estamos algo lejos de que vivimos hasta aquí arriba, entonces para ir en camión gastamos siete pesos de ida y siete de regreso, ya son 14 pesos por persona y nosotros somos siete de familia, entonces mejor nos vamos caminando aunque luego ya hace frío para los niños y la pensamos”, narra.

En la misma junta auxiliar, aunque en la zona central, Antonia Zepeda comenta que el menú para la cena de fin de año lo decide junto con sus suegros y sus abuelos, pues su familia, integrada por su esposo y dos hijos, siempre se reúne con ellos para pasar esa fecha especial.

“Preparamos una comidita más o menos, todavía no sé qué vayamos a hacer porque depende qué tan caras están las cosas, pero en otros años hemos comido mojarras o caldo de camarón, el ponche, según haya dinero, aunque mi suegra siempre tiene la costumbre de hacer unas lentejas, eso nunca falta”, comenta.

Antonia conoce algunas costumbres para recibir el año, como brindis con sidra o vino, comer 12 uvas cuando se escuchan las 12 campanadas o usar ropa nueva de algún color específico para atraer abundancia o amor; no obstante, indica que en su familia nunca han llevado a cabo ninguno, ya que sólo acostumbran ir a la iglesia antes de cenar.

En San Andrés Azumiatla, Juana Vidal cuenta que las cenas de Nochebuena y Fin de Año no ameritan mucha planeación o compras, ya que regularmente prepara platillos que podría cocinar cualquier otro día del año para compartir la mesa con su esposo y cuatro hijos.

“Cocino un pollito, frijoles o pasta que es lo más básico y que no se lleve tanta economía, la paso con mis hijos y mi esposo, nunca ha sido de que cocine pavo, pierna o bacalao, no nos alcanza, por más que uno trate no alcanza y no les gusta a mi familia, como no están acostumbrados no lo comen, entonces algo sencillo, el chiste es pasarla felices”, dice.

Agrega que no realizan ningún ritual para recibir el año y tampoco acostumbran ir a la iglesia o hacer alguna oración, por considerar que la fe no es exclusiva del último día del año y que cualquier oportunidad es buena para acudir al templo.

“No hacemos nada de eso, de todos modos si Dios dice que nos va a dar nos va a dar, si no aunque uno quiera, nosotros somos más de la creencia de vivir con lo que Dios diga porque sólo él es el que dice cuando o si te toca”, reflexiona.

Irma Flores Rojas expone que el atole es lo único que tiene seguro para preparar la noche del 31 de diciembre, ya que es algo que “se antoja” por el frío que se ha sentido en los últimos días en aquella localidad.

“Lo más seguro es que un atolito, con unos tamales y según querían que hiciéramos ponche, de comer pues ahí vemos porque nos juntamos con la familia y como ahorita somos mayordomos en la iglesia pues primero hay que cumplir con el deber allá, encomendarnos a Dios para que nos vaya bien el otro año”, dice.

La madre de tres hijos señala que suele reunirse con la familia de sus tres hermanos y su madre para celebrar el fin de año, ya que para ella lo más importante es la convivencia.

Realidad similar es la de Leticia Fuentes, quien narra que la última noche del año transcurre como la de cualquier otro día para su familia, ya que a la escasez de recursos económicos para celebrar en grande se suma el hecho de que su suegra falleció durante los primeros días del pasado mes de enero y ahora su suegro, con quien vive, y ha dejado de disfrutar la temporada debido al aniversario luctuoso.

“Yo vendo gorditas los fines de semana, entonces como es domingo yo creo que voy a trabajar normal y de cenar pues vamos a comer lo que haya, no preparamos algo especial, para nosotros es como un día más porque mi suegro se acuerda mucho de su esposa en estas fechas y no le gusta que hagamos fiesta o celebremos, entonces lo respetamos, de por sí cuando estaba ella no hacíamos algo tan en grande”, dice.

En la capital poblana, casi la mitad de su población vivía en condiciones de pobreza o pobreza extrema hasta hace tres años, según el informe “Medición de la pobreza en los municipios de México 2020”, del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval).

De acuerdo con el documento, en 2020, 770 mil 21 personas vivían en condición de pobreza, es decir, 46.8 por ciento de la población, lo que significó un incremento de 2.5 por ciento respecto a 2015, cuando 763 mil 602 habitantes enfrentaban dicho contexto.

Así, la capital del estado se colocó en el cuarto lugar a nivel nacional en la lista de municipios con mayores índices de pobreza, lo que significó una ligera mejora con respecto al 2015, cuando se encontraba en la segunda posición.

Para el Coneval, una persona se encuentra en condición de pobreza cuando su ingreso es menor a la canasta alimentaria o presenta al menos una de las seis carencias sociales delineadas por el consejo, como es la alimentación, rezago educativo, seguridad social, salud, servicios básicos, calidad y espacios en la vivienda.

En tanto que la pobreza extrema se define como la imposibilidad de las personas para acceder a la canasta básica alimentaria y tener al menos tres de las carencias. En este segmento, con corte al 2020, se encontraban 89 mil 76 poblanos, con lo que el municipio se colocó en el octavo lugar a nivel nacional con más habitantes en dicha situación.

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