En 1968, Joaquín Martínez Tello fundó la Rosticería Toledo, que se convirtió en uno de los negocios comerciales más exitosos del siglo XX en Puebla, tanto que traspasó fronteras.
Desde su inicio, sus tres hermanos y su mamá, Carmen Pérez Tello, tuvieron participación en las rosticerías que se abastecían de los pollos que se criaban en la granja que su padre les había construido en 1965.
El negocio prosperó tanto que llegaron a tener 18 sucursales y dos rosticeros móviles, además de una cervecería y un restaurante rdonde se vendían pollos, chamorros y cerveza. Esta es la historia familiar de éxito comercial de los Martínez Tello que este año cumplen 55 años de deleitar los paladares poblanos.
El negocio familiar
Hacia 1965, Carmen Pérez Tello se había divorciado de su esposo Vicente Martínez Ampudia, quien a pesar de haber dejado el hogar familiar, se hacía cargo de los cuatro hijos que procrearon juntos, Alberto, Joaquín, Enrique y Vicente, y a quienes habían registrado con el segundo apellido de la madre.
Un día Carmen tuvo la idea de criar pollos para venderlos, entonces Vicente compró un terreno donde él mismo construyó una granja para que ella la trabajara.
“Mi abuela vendía el pollo fresco en las pollerías de los mercados, pero también había polleros que iban a comprarle ahí a su granja que estaba en la 19 Oriente, atrás del CENHCH (bulevar 5 de Mayo)”, expone Joaquín Martínez Merino, nieto de Carmen, integrante de la tercera generación de su familia y actual propietario de la Rosticería Toledo de Plaza San Pedro.
El negocio comenzó a prosperar y Joaquín, quien era el tercero de sus hijos y en ese entonces estaba estudiando Derecho en la BUAP (Benemérita Universidad Autónoma de Puebla), tuvo la idea de poner una rosticería para hacer un negocio redondo para la familia.
“Para ayudar a su mamá y ayudarse con sus gastos, mi papá empezó a vender tortas afuera del Colegio América (1965-66). Pero él siempre tuvo la idea de poner una rosticería de pollos. Un día que mi abuelita se fue a Veracruz de vacaciones aprovechó para poner en la sala un rosticero y abrir la cochera de la casa para la venta al público. Ya cuando llegó mi abuela ya estaba hecho y dijo ‘bueno, vamos a ver’”, dice.
Joaquín Martínez Tello, sin saberlo, fundó un negocio que trajo bienestar y prosperidad a la familia. Tanto, que sus hermanos dejaron su profesión para dedicarse de lleno a la venta de pollo rostizado para lo que constituyeron legalmente una sociedad junto con su mamá.
El éxito comercial
“La primera Rosticería Toledo la inauguró mi papá, el 29 de junio de 1968, en la casa de mi abuelita, en la calle 5 Sur 1708, donde se acondicionó un local. El primer día mi papá vendió 3 pollos, después 10, otro día 15, luego 20. El pollo se marinaba con la receta de la familia y así se rostizaba”, detalla.
Los Martínez Tello supieron sacar provecho del negocio familiar con su visión y trabajo. Rosticería Toledo, que recibió ese nombre porque estaba ubicada en los terrenos del antiguo Rancho de Toledo (hoy colonia Centro), se volvió un éxito comercial. Entonces comenzaron a abrir más tiendas dentro y fuera de la ciudad hasta llegar a ser 18 sucursales, más dos rosticeros móviles que iban a Atlixco y Tepeaca.
Después de la primera rosticería vino la de la 14 Poniente y 5 Sur, luego 8 Poniente, 2 Poniente, tres a lo largo de la 5 de Mayo, 11 Sur (frente a Paseo Bravo), Plaza Dorada, Plaza San Pedro, Plaza Loreto. Se expandieron a Veracruz en Plaza Mocambo, Jalapa y Córdova, y también tuvieron sucursales en Pachuca y Cuernavaca.
Fue tal la vena de comerciante de los Martínez Tello que tuvieron un Toledo Drive In en la 23 Poniente y 13 Sur, uno de los primeros en Puebla. La cervecería La Ola en el centro de la ciudad (3 Norte) y el Baden Baden (sobre la 11 Sur y diagonal 55 Poniente), donde aparte de los pollos vendían chamorros, botana y jarras de cerveza.
“Mi papá se encargaba de la operación de las sucursales y diseñó un proyecto para vender franquicias en el sureste, pero mis tíos, que se hacían cargo de lo económico, no lo apoyaron”, lamenta.
A principios de la década de los ochenta, durante unas fiestas decembrinas, entre todas las rosticerías llegaron a vender 13 mil pollos, enfatiza Joaquín, y agrega que a mediados de esta década fue que comenzaron a vender el pollo con complementos como arroz, rajas y cebollas, a parte de las papas fritas que ya vendían.
Joaquín comenta que aparte de las rosticerías, vendían pollo fresco de la granja de su abuela. Las tiendas se llamaban “Mercado de Pollos Los Barateros” y eran dos. Una estaba en la 9 Poniente, a la vuelta de la rosticería de la 11 Sur, y otra estaba junto a la rosticería de la 14 Poniente, en el mero centro de la ciudad. Asegura que se vendía bastante bien pero los empleados les robaban mucho. Para ellos era muy difícil el control, entonces las quitaron.
El mismo giro del negocio hizo que Carmen se diera cuenta del desperdicio de menudencias que se tiraban en cubetas diariamente y que en buena parte les daban a los gatos como alimento. Así que comenzó a guisar el hígado y la molleja con cebolla, cilantro y chile jalapeño para hacer los taquitos dorados que se venden hasta hoy.
“Mi papá y sus hermanos eran egresados de la BUAP. Mi tío Alberto estudio Ingeniería Química y como él sabía de eso, comenzó a preparar la carne de la hamburguesa, las salchichas para hot dogs y banderillas, la receta de las papas a la francesa y las aguas frescas. Primero le comprábamos y después se instaló una empacadora para ser autosuficientes”, subraya.
Toledo, el monopolio
Carmen tuvo 12 nietos de sus cuatro hijos, pero solo tres se dedicaron al negocio de las rosticerías. Joaquín se casó con Cecilia Merino Fernández y tuvieron 2 hijos gemelos, Gabriel y Joaquín, el entrevistado.
“Cuando iba en primaria todavía estaba el Toledo de Santo Domingo que se llamaba ‘Chips’. Le cambiaron el nombre porque teníamos otros a la vuelta. Iba en vacaciones a recoger charolas, hacer mandados o ayudar a desplumar pollos y me pagaban 20 pesos. El local nos los subarrendaban los dueños de la papelería La Tarjeta”, señala.
“A nosotros nos mandaban de la granja el pollo fresco y había que desplumarlo a mano. Llegaba tan frío que los dedos se te iban hinchando porque de repente había que limpiar 50 o 100 pollos. A veces no llegaba la gente y había que hacerlo a mano, las plumas de las alas hasta la fecha las quito con los dientes”, agrega sonriendo.
Joaquín siempre iba con su primo Manuel, ambos tenían 12 años y estudiaban en el Colegio Americano. A veces los alcanzaba su hermano gemelo, Gabriel. Pero un día de tanto relajo que hacían los separaron y a él lo mandaron al Toledo de la 2 Poniente.
En esa época tenían tres rosticerías, muy cercanas, pero a dos les cambiaron el nombre para acaparar el mercado. Estaban la Rosticería Toledo de la 2 Poniente (frente al estacionamiento del edificio Alles); sobre la 5 de Mayo, entre la 4 y 6 Poniente, estaba Chip´s, y entre la 8 y 10 Oriente, el Malolo, que aún sigue.
“En la 3 Norte entre la 6 y 8 Poniente, en el Mercado La Victoria, estaba la cervecería La Ola, que también era de nosotros. Se la traspasó el dueño de la Corona, don Nemesio Diez, a mi papá (1974-75). La gente esperaba afuera que se abriera la cortina para entrar, se vendía como espuma”, recuerda.
Años después compraron otra propiedad sobre la calle 5 de Mayo para poner otro Toledo, porque el atrio de Santo Domingo ya había sido recuperado por las autoridades para regresarle su esplendor al conjunto conventual y quitaron todos los comercios que albergaba.
“La casa está entre la 2 y la 4 Poniente, y ese Toledo me lo dejaron a mí (hoy Joyería London). Ya tenía 18 años, fue cuando entre a estudiar derecho a la Cuauhtémoc. Estábamos junto a Dember, también recuerdo a Joyerías Leo y Foto Aguirre en la esquina. Además de los pollos, en otro local de la casa, vendía helados porque tenía la distribución de Nestlé. En diciembre y enero ponía una manta afuera y vendía juguetes, se vendían muy bien”, detalla.
“Aunque llegábamos muertos de trabajar, en Navidad y Año Nuevo siempre tuvimos fiesta en la casa de alguno de nosotros. Pero comenzamos a invitar gente y llegó un momento que era tal cantidad que lo hacíamos en un salón de eventos que teníamos en el Baden Baden. Eran navidades de 80 o 90 invitados. Mis tías hacían unos aguinaldos grandes con dulces selectos y a todos nos tocaban. Eran épocas muy bonitas”, agrega.
Se termina la sociedad
Treinta y dos años después de que Joaquín Martínez Tello formara la sociedad de Rosticerías Toledo junto con sus hermanos y su mamá, en el año dos mil, decidieron separarse. Se dividieron las tiendas y las propiedades. Hubo quien decidió seguir con el negocio, otros cerraron. Esos locales o casas que fueron de las sucursales ahora están en renta o desocupados.
“La casa de Córdoba ya se había vendido. Se vendía muy bien, pero un día el gerente mató a su esposa ahí adentro del negocio y los periódicos amarillistas dijeron que la había metido al rosticero, pero no fue así. El caso es que nadie quería comprar pollos y por eso la vendimos. Fue en el 1992-93”, recuerda.
“Yo me quedé con la propiedad de Jalapa, que está en la calle Doctor Lucio, y es una casa histórica. Fue el primer ayuntamiento de Veracruz, ahí llegaba a dormir Benito Juárez, se conoce como La Casa de los Leones. Ahí rento a una zapatería y junto tengo la rosticería”, concluye.
Joaquín también se quedó con la sucursal de Plaza San Pedro, que hasta la actualidad sigue prestando servicio junto con el Malolo, que está en la 5 de Mayo, entre la 8 y 10 Oriente, y es de su primo. Este año Rosticería Toledo cumple 55 años de deleitar los paladares poblanos con la receta familiar de los Martínez Tello.