1910: El testigo presencial del combate en la casa de los Serdán | Los tiempos idos – El Sol de Puebla

El 18 de noviembre de 1910, un cateo en la antigua calle de Santa Clara (6 Oriente), terminó en balacera y cobró la vida de más de una veintena de personas. Los antirreeleccionistas poblanos habían sido descubiertos y las fuerzas federales irrumpieron en la casa de la familia Serdán generándose una sangrienta batalla.

El periodista Ignacio Herrerías y Duarte estaba en la ciudad por invitación del jefe de la policía. Cuando compraba una corbata en una camisería de la calle de Santa Teresa (2 Norte), se escucharon gritos y explosiones, salió y desde la esquina vio dos cuerpos tirados sobre la calle de Santa Clara.

Desde ese momento y durante las casi cuatro horas que duró la balacera en la que se descargaron entre mil y tres mil tiros de armas de alto poder, el periodista recogió el minuto a minuto de los hechos en tiempo real.

Descontento por la desigualdad social

Durante la primera década del siglo XX, muchos mexicanos murieron de hambre porque la riqueza estaba repartida en unas cuantas manos, algunas extranjeras. Los campesinos eran despojados de sus tierras y expuestos a una sobreexplotación. Los obreros trabajaban en pésimas condiciones laborales y a la menor manifestación de inconformidad era reprimidos brutalmente. El grueso de la población era analfabeta.

No había libertad de expresión y mucho menos política, porque el general Porfirio Díaz había gobernado el país por más de 30 años y su dictadura había provocado esta brecha de desigualdad social.

Manuel Serdán Guanes, fue un reconocido abogado que escribió el que se podría considerar como el primer plan de Reforma Agraria del país. Estaba casado con María del Carmen Alatriste Cuesta, hija de Miguel Cástulo Alatriste Castro, quien fue alcalde y gobernador de Puebla entre 1853 y 1861.

Manuel y María del Carmen procrearon cuatro hijos, Carmen, Natalia, Aquiles y Máximo Serdán Alatriste, a quienes formó su madre cuando su padre desapareció y fue declarado muerto en 1880.

Los hermanos Serdán Alatriste fueron criados con privilegios pero con el ejemplo de ayudar al prójimo. Cuando se convirtieron en adolescentes ya no tenían una posición económica desahogada, sin embargo, eran personas con preparación y conocían la desigualdad social que imperaba en el país.

En 1908, Aquiles se fue a Ciudad de México a trabajar en el Palacio de Hierro y se llevó a su esposa, Filomena del Valle, y a su hermano Máximo. Vivieron allá cerca de un año y fue cuando los hermanos se involucraron en la causa maderista. A principios de 1910, regresaron a Puebla con un cometido.

Todo estaba preparado para el levantamiento nacional armado convocado para el día 20 de noviembre, pero los antirreeleccionistas poblanos encabezados por Aquiles Serdán, fueron descubiertos y el día 18, las fuerzas federales irrumpieron la casa de los Serdán generándose una sangrienta batalla con la que dio inicio a la Revolución.

El testigo presencial en Tehuacán

Durante el porfiriato el hotel balneario El Riego de Tehuacán era considerado un lujo, contaba con cien habitaciones, baños de aguas minerales, alberca olímpica, capilla, tranvía y todas las comodidades. Alojó a las figuras más importantes del mundo político, empresarial y religioso de México, quienes asistían para disfrutar los beneficios de sus aguas termales o a relajarse en sus instalaciones, pero también a departir en grandes fiestas y a disfrutar su cocina española, mexicana y francesa.

A finales de octubre de 1910, el conocido periodista Ignacio Herrerías y Duarte (Ciudad de México, 1880), visitó el balneario El Riego de Tehuacán por recomendación médica y su estancia coincidió con la del vicepresidente de México, Ramón Corral.

“Padecía de una anemia cerebral y él como periodista sabía que el vicepresidente sufría dolores de cabeza y de espalda, entonces se le hizo algo normal, pero se dio cuenta del movimiento que había a su alrededor. El día que Herrerías se regresaba a México, llegó al balneario el gobernador de Puebla, Mucio Martínez, para entrevistarse personalmente con Corral”, expone el investigador David Ramírez Huitrón.

En la comitiva del gobernador estaba Miguel Cabrera, jefe de la policía en Puebla, a quien Herrerías conocía y con quien tenía pendiente una entrevista de semblanza, así que lo saludo.

“Cabrera le dijo a Herrerías que al otro día (17 de noviembre) se regresarían a Puebla muy temprano y él se les pegó. También le dijo que por la mañana tenía que hacer una diligencia en la cárcel de San Juan de Dios, recoger unos papeles para un cateo, pero que se podían ver para comer. Llegaron a la Estación de Ferrocarril Interoceánico donde fueron recibidos por el hijo del gobernador, Carlos Martínez Peregrina, y el coronel Joaquín Pita, jefe político de Puebla”, detallla.

La comitiva se dirigió a la casa del gobernador Mucio ubicaba en la Avenida Juárez, entre las calles 13 y 15 Sur. Mientras que el periodista se hospedó en el hotel El Pasaje, en el centro de la ciudad.

El investigador refiere que Herrerías y Duarte fue testigo presencial de la batalla sucedida en la casa de los Serdán cuando los federales irrumpieron su casa, ubicada en la calle de Santa Clara (6 Oriente), el 18 de noviembre de 1910. En su calidad de testigo del combate publicó un reportaje en los periódicos La Prensa y El País, y en 1911 un libro que se llama “Los Sucesos Sangrientos de Puebla”.

Un cateo que termina en balacera

Al otro día, 18 de noviembre, Herrerías despertó alrededor de las 7 de la mañana y se fue a desayunar. Después se dirigió a la calle de Mercaderes para comprarse una corbata e ir presentable a la comida con el jefe Cabrera.

“Entró en una camisería de la calle de Santa Teresa (2 Norte, entre la 6 y 8 Oriente), a la vuelta de la casa de los Serdán. De repente, escuchó gritos y explosiones y salió de la tienda, vio un grupo de gente que salía corriendo y gritando de la calle de Santa Clara (6 Oriente), escuchó los cortinas de los comercios que comenzaron a cerrar y se acercó a la iglesia de Santa Clara”, dice.

“Desde la esquina se asomó y vio dos cuerpos tirados en la calle; en uno de los contrafuertes de la iglesia estaba un policía con su arma desenfundada y disparando hacia la casa. Dos camilleros escoltados venían presurosos tratando de esquivar el humo. En ese momento alguien grito: ¡Una bomba!, y una granada cruzó la calle. Un camillero salió arrastrándose y el policía que estaba junto a él murió porque le explotó en la cabeza”, advierte.

Herrerías corrió y en la esquina de la 4 Oriente y Mercaderes (2 Norte) se encontró de frente a Joaquín Pita, quien le pidió que fuera a su casa, a la vuelta (en la 4 Norte), y le dijera a su esposa que se encerrara con sus hijas y no salieran. Pero en lugar de ir a la casa del jefe político, corrió al a oficina de Telégrafos (4 Oriente 408, hoy inmueble de la nueva sede de la SEP).

“Las empleadas estaban aterrorizadas. Les dijo que necesita mandar un telegrama urgente. Una muchacha le dijo que no tenían servicio, que desde hace algunos días estaba descompuesto el hilo telegráfico, que en todo caso enviara a un muchacho en bicicleta a la caseta (subestación) que estaba en el cerro de San Juan”, comenta.

“Entonces le dijo a un empleado que le iba a dar lo que quisiera pero que se fuera urgentemente. Mando 3 mensajes, uno para El Imparcial y otro para El Diario, que eran los periódicos con los que trabajaba. El telegrama decía: ´Comenzó la Revolución en Puebla. Dos muertos y balazos en la casa de los hermanos Serdán´. El tercer telegrama fue para su hermano Fortunato, para informarle que estaba bien”, detalla.

Herrerías salió de la oficina de telégrafos y se dirigió a la casa del jefe Joaquín Pita para continuar con su encargo.

Los rurales se unen a la batalla

Mientras tanto, el gobernador Mucio Martínez era informado que la diligencia para hacer el cateo en la casa de los hermanos Serdán, encabezada por Miguel Cabrera, Modesto Fregoso y dos policías, había sido recibida con balazos.

“El gobernador salió de su casa y se dirigió al cuartel Zaragoza que estaba a la vuelta, donde era la penitenciaria. Ahí le dio instrucciones al jefe de batallón, Mauro Huerta, para que saliera con los Pambazos, así les decían a los soldados rasos del batallón Zaragoza porque todos iban vestidos de blanco. Solo había veinte porque los demás soldados del cuartel estaban lavando la Plaza de Toros”, dice.

“También ordenó que se le diera suficiente munición a Primo Huerta para que se las entregara a los rurales que estaban en su cuartel, a un costado del Rio San Francisco, en la antigua Calle de Manzano, donde hoy es el Instituto de Artes Visuales del Gobierno del Estado”, asegura.

El Cuerpo de la Policía Rural, mejor conocido como “rurales”, tenía la responsabilidad de cuidar la seguridad de los caminos para acabar con las cuadrillas de bandoleros que asaltaban las diligencias que venían de Veracruz y que forzosamente pasaban por Puebla para llegar a Ciudad de México. En la ciudad y alrededores, cuidaban el orden en general.

La cruenta batalla desde el interior

Las mujeres estaban igual de comprometidas con la causa y eran parte del grupo atrincherado en la casa: María del Carmen, la madre, Carmen, la hermana mayor, y Filomena, la esposa de Aquiles que estaba embarazada.

Carmen relató que entre los balazos de las casas vecinas y de las iglesias donde estaban apostados los militares, ella recibió uno, pero continuo con su labor de subir por las escaleras del patio interior para llevarles armas y municiones a los que estaban atrincherados en la azotea al mando de su hermano Máximo.

Cuando subió alrededor de las 11 de la mañana ya estaba lleno de militares que habían cesado a todos los que estaban ahí. Entonces bajo con entereza al salón principal del segundo piso donde estaba Aquiles y le dijo: “Han acabado con Máximo”, él la volteo a ver y siguió en el combate. En ese momento y sin pensarlo, Carmen salió al balcón para incitar a la gente que se uniera al grupo y grito: “La libertad vale más que la vida”.

El investigador dice que Herrerías ya se había salido de la casa de Pita para saber qué estaba pasando y desde la esquina vio a Carmen Serdán salir al balcón. Cita textualmente lo que dice el periodista en su libro:

“Serdán y los suyos hacen disparos de cuando en cuando, y yo me asomé un poquito sirviéndome la esquina de parapeto. Pude ver en esos momentos cómo aparecía una mujer en el balcón principal de la casa, y dirigiéndose a los curiosos que estaban cerca de Santa Teresa, los arengó gritando y agitando en la mano diestra un rifle. Confieso que tal acto de arrojo de parte de una mujer, que más tarde supe era Carmen Serdán, me llenó de entusiasmo, de admiración, pero también de tristeza pensando cuan ímproba le resultaría su heroicidad”.

La batalla en los altos de las casas

El periodista se volvió a replegar y vio que los rurales venían sobre la cuatro norte. Los describe como una veintena de rurales, todos vestidos como charros, “vienen sonriendo como si tratara de un desfile militar”.

“En ese momento, Primo Huerta que venía al mando de los rurales, se apea (baja) de su caballo y se dirige a la puerta iglesia de San Cristóbal (4 Norte y 6 Oriente) donde toca la puertea y le pide al religioso que los deje entrar. Dos terceras partes del escuadrón de rurales se subió a la azotea para atacar desde ahí. Pita ya se había llevado algunos para que atacaran desde la azotea de su casa”, detalla.

Herrerías se dio cuenta que la batalla se definiría en las azoteas así que fue a la iglesia de San Cristóbal y le dijo al religioso que era el juez de distrito para que lo dejara subir.

“Rápidamente, el periodista se escabulló entre los tinacos para que no lo reconociera la policía y lo acusaran de usurpación de funciones. Ya en lo alto, describe cómo se movió el batallón Zaragoza y como, tiro tras tiro, avanzaron entre las azoteas porque los maderista ya se habían repartido entre los patios y azoteas de las casas. Desde ahí también vio cuando llegó el batallón de Pambazos, por la 6 Oriente desde la Victoria, para cerrar el frente de la calle”, asegura.

La tropa de Pambazos había entrado por la 2 Norte (Santa Teresa) para atacar desde la azotea del hotel Barcelona, ubicado en esa calle y la esquina de la 6 Oriente (Santa Clara), sin embargo su posición no era la mejor. Entonces bajaron y se atravesaron hacia la calle de Mesones (8 Oriente) y subieron a la azotea de la casa de Furlong que estaba frente a la casa de Velasco, ex presidente municipal. Desde ahí, los fueron arrinconando hasta reducir a la fuerza opositora.

El investigador detalla que, cuando la fuerza federal había matado a los maderistas que estaban en las azoteas y se dio cuenta que ya habían debilitado a los revolucionarios, bajaron a la calle 6 Oriente para atacar de frente la casa y apoderarse del zaguán. Después de media hora lograron entrar y quedó totalmente acallada la balacera. Cita las consecuencias narradas por Herrerías:

“Luego de 3 horas de combate en la azotea quedaron 4 o 5 muertos en la casa de los hermanos Serdán, otros tantos en el patio, 2 o 3 en las escaleras…Máximo Serdán, valiente hasta la temeridad, corrió de una a otra parte cuidando a su madre y a sus hermanos, apuntando y disparando con toda calma, dando numerosas bajas entre las tropa…Cuando se quedó sin municiones, subió a la casa de la azotea del lado de Mesones (8 Oriente) donde se encontró cara a cara con el mayor Gustavo Maas. Máximo le apuntó de inmediato al mayor quien no había tenido tiempo de reaccionar, sin embargo, antes de poder hacer algo, cayó muerto por un tiro en la cabeza disparado por el soldado que venía atrás del mayor”.

La calma se apodera de Santa Clara

Al interior de la casa de los Serdán se encontraban, Filomena del Valle, esposa de Aquiles, con su suegra y con Carmen, quien a pesar de haber recibido un balazo, no se quejaba. Los federales entraron y apuntaron directamente sobre ellas, pero un grito de ¡alto al fuego!, los detuvo de ejecutarlas.

“Fue Joaquín Pita el que dio la orden, y al ingresar a la sala le pidió a las tres mujeres que se descubrieran para mostrar que no traían armas. Carmen enojada, se quitó el chal, le mostró el cuerpo y le dijo: ´No estoy armada, estoy herida, pero aunque soy mujer no me quejo porque tengo más valor que ustedes que son hombres´, el jefe Pita se quedó asombrado”, asegura.

Todo mundo pensó que Aquiles había huido, se llevaron a las mujeres y el cateo continuó. Los Serdán le rentaban una de las piezas a una familia Pérez, de un individuo español, quienes se mantuvieron abrazados en el interior de la misma hasta que terminó el combate, o al menos eso creyeron, porque mandaron al criado a revisar, pero salió corriendo por miedo y lo mataron. Era el niño Epigmenio Martínez.

Herrería entrevistó a Modesto Fregoso, quien acompañaba al jefe de la policía, Miguel Cardoso, primer fallecido, para el cateo.

“Dijo que en punto de las 7 de la mañana se dirigieron al juzgado que se encontraba en San Juan de Dios (la cárcel) a recoger la orden de cateo del juez y cuando terminaron se dirigieron a la casa de los hermanos Serdán donde llegaron poco después de las 9:30 de la mañana. Cabrera le pidió que en lugar de que fueran por delante los policías fueron ellos para que nadie se alarmara porque iban vestidos de civiles. El jefe de la policía tocó la puerta pero nadie contestó, entonces abrió la puerta y en ese momento recibió un escopetazo. Cayó muerto en la calle con los brazos extendidos”, explica Ramírez Huitrón.

Los dos policías que venían con ellos respondieron al fuego, uno también cayó muerto en la entrada, era Vicente Murrieta, el otro salió corriendo y es al que le cayó la granada en la cabeza. Máximo le metió un cachazo a Fregoso en la cabeza, quedó inconsciente y lo amarraron junto a la pila del patio de la casa. Hubo quien aseguró que él les filtraba información a los Serdán y por eso no lo mataron, pero no le consta a nadie.

“El periodista salió de la casa y se dirigió nuevamente a la oficina de telégrafos para mandar el parte de novedades. Después recorrió las calles que estaban desiertas y entró al único restaurante que estaba abierto, se llamaba La Concordia, a un par de cuadras del lugar. Después se fue al hotel y preparó sus cosas para regresarse de inmediato a la ciudad de México. Cuando llegó a su casa para contarle a su familia lo que había sucedido, se enteró que había encontrado a Aquiles Serdán y que estaba muerto. Entonces se regresó a Puebla”, detalla.

El regreso a Puebla

Cuando Ignacio Herrerías llegó a Puebla, no pudo obtener el testimonio del oficial que mató a Aquiles. Se llamaba Porfirio Pérez y se supo porque cuando llegaron a la Inspectoría de Policía con su cuerpo, él se jactó de haberlo matado, pero días después solo quería hablar delante de un juez porque Filomena del Valle había entablado un proceso legal en su contra por haber ejecutado a su marido.

“Herrerías narra que fue sorprendente que pese a estar herida, Carmen no se quejó ni quiso que la revisaran en la inspectoría de policía. Fue hasta que su cuñada le insistió que se dejara revisar. Por eso los policías le guardaron mucho respeto. Narra que lo último que alcanzó a ver fue que, en una falta de tacto, las mujeres fueron trasladadas de una celda a otra por el patio donde estaban todos los fallecidos, y Filemona se desmayó al ver a Aquiles muerto”, concluye el investigador.

A pesar de que el movimiento revolucionario inició en Puebla en 1910, cuando sobre la casa de los hermanos Serdán fueron descargadas de mil a 3 mil armas de alto poder en una sangrienta batalla, la vida en la ciudad no se trastocó como se cree. Después de ese día todo continuó normal porque el conflicto armado se comenzó a librar en otras ciudades del país. Así fue hasta que llegaron los carrancistas en 1914 y detrás de ellos los zapatistas.

Ignacio Herrerías y Duarte comenzó como periodista en el periódico El Tiempo (1903). Fue administrador de la gaceta de policía, un semanario de la Ciudad de México (1905-1906). Luego fue editor del semanario La Ilustración y colaboró con distintas editoriales periodísticas de aquel entonces como El Popular, La Prensa, el Diario La Actualidad y El País. Junto con Agustín Casasola fundó la Agencia de Noticias e Información Fotográfica “Casasola y Herrerías”.

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