El sector textil necesita reducir a la mitad sus emisiones de gases de efecto invernadero de aquí a 2030. Una oportunidad de negocio para los asesores climáticos de las multinacionales y un dolor de cabeza para los fabricantes de los países en desarrollo.
“Producimos para otras marcas, en Europa, en otros lugares (pero) nos presionan para que logremos la certificación y también para bajar nuestros precios”, dijo el empresario egipcio Ali Nouira en un debate durante la conferencia anual de la ONU sobre el Clima (COP27) en Sharm el Sheij, Egipto.
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“Así, ellos pueden seguir sacando los beneficios que están logrando”, destacó.
El mundo de la moda firmó hace cuatro años, en la COP24 de Katowice, Polonia, un compromiso para reducir a cero sus emisiones de gases de efecto invernadero de aquí al 2050.
De las 2.1 gigatoneladas equivalentes de CO2 que emite al año, el plan de las empresas sería llegar a 1.1 gigatoneladas en poco más de siete años. Este desafío, unido a la pandemia de Covid 19, ha puesto al sector en ebullición.
Un acto de fe
“¿Lo hemos logrado? Por supuesto que no. ¿Estamos en ello? Yo diría que quizás” admitió Stefan Seidel, responsable de Sostenibilidad de la marca deportiva Puma en otro debate sobre moda y cambio climático.
De las 30 marcas que firmaron la Carta de Katowice se ha pasado a casi 110, según cifras de la ONU.
Pero el principal problema es que el 90 por ciento de las emisiones provienen de sus suministradores.
Cambiar todas las cadenas de producción e introducir estándares climáticos en los suministradores de materias primas y en los talleres de confección es una tarea titánica.
“Tenemos más de 800 proveedores”, dijo en otro debate Leyla Ertur, jefa de Sostenibilidad de la marca H&M.
Tampoco las marcas de lujo, reputadas por el cuidado con el que eligen a sus suministradores de materias primas, escapan a la revolución.
“Ni siquiera nosotros somos lo suficientemente grandes para cambiar todas las cadenas de suministro, la colaboración es clave”, subrayó Marie-Claire Daveu, responsable de sostenibilidad del gran grupo Kering, que agrupa marcas como Gucci o Yves Saint-Laurent.
Ali Nouira explica algunas de las dificultades de los proveedores:
“Cuando fabricamos, tenemos que tener todas las certificaciones necesarias y todo eso es extremadamente difícil y costoso. Y cuando digo difícil me refiero a que algunas agencias de certificación ni siquiera existen en nuestras regiones”.
Delman Lee, vicepresidente de Tal Apparel, asegura que su empresa, con sede en Hong Kong, lleva una década en ese proceso descarbonizador.
Pero con filiales en Vietnam o Etiopía, las diferentes reglamentaciones son todo un reto.
Emprender el camino del “cero carbón neto” es “un acto de fe”, explicó a la audiencia en esta cumbre.
“Te comprometes con algo que no sabes cómo vas a poder lograr”, confesó.
Los costos
El cambio de cultura empresarial ya ha calado en los países desarrollados, reconoce Nicholas Mazzei, jefe de Sostenibilidad Ambiental de Zalando, una de las grandes marcas de venta en línea.
“Algunos grandes bancos te ofrecen un tipo de interés más bajo si te comprometes con un objetivo neto cero”, dice.
“Si quieres hacer la transformación a lo mejor acabas no pagando nada, porque los préstamos son tan bajos que los costes son básicamente gratuitos”.
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Pero los proveedores no tienen la misma suerte.
“Lo que necesitamos es más energía renovable que las grandes firmas. Incluso si pusiéramos paneles solares en todas nuestras fábricas, eso solo representaría el 17 por ciento del consumo de todo el grupo”, explicó Catherine Chiu, vicepresidente de Sostenibilidad de la maquiladora china Crystal Group.
Stefan Seidel acepta las dificultades: “necesitamos que nuestros proveedores puedan acceder a energía renovable fuera de sus fábricas”.
“El sector privado está haciendo su parte. Pero los reguladores se mueven a su propio ritmo”, añade Delman Lee.